jueves, 7 de julio de 2011

¿Y para cuándo “instituciones para todos y todas”?



LA PRESIDENTA HARÁ EL ANUNCIO EL MARTES EN LA CASA ROSADA

En plena campaña, lanzan "lácteos y cerdos para todos"

06-07-11  Repetirán el mismo esquema de los planes Carne y Pescado para Todos. Habrá un camión con productos recorriendo el conurbano. Las cajas costarán hasta $ 40

http://www.cronista.com/contenidos/2011/07/06/noticia_0072.html


Para un futuro en el que este grupo de fascinerosos que ostenta el poder actualmente deje de hacerlo.
Pero, ¿por qué es tan importante que los gobiernos respeten a las instituciones? Y, aún previamente, ¿qué son las instituciones?, ¿a qué nos referimos al hablar de ellas?

En términos generales, la confusión surge porque la mayoría de las personas, al hablar de instituciones, imagina agrupaciones, establecimientos públicos o privados con injerencia suficiente en la sociedad como para admitir sin discusiones su existencia e importancia, sin perjuicio de la mayor o menor afinidad con las mismas. Así, “la iglesia” (en referencia a la iglesia católica), el “sindicato”, el “ejercito”, “la escuela”, “la empresa” son ejemplos de instituciones a las que las personas pueden visualizar al momento de hablar de instituciones. 

Pero más que esas agrupaciones, las instituciones que resultan relevantes para el desarrollo social, político y económico de una nación son aquellas conductas instituidas (valga la redundancia) en la sociedad en cuestión. En tanto estas conductas sean llevadas a cabo por los individuos de manera voluntaria y por convicción (es decir, sin coacción externa –legal o ilegal- que les exija ejecutarlas), las instituciones son un fiel reflejo de los sistemas de intercambio y relación que han probado ser exitosos para los intervinientes, y de ahí su profusión y difusión a toda la sociedad que también los adopta. 

Así, el “matrimonio” podría ser un ejemplo satisfactorio de las instituciones a las que nos referimos. Y como tal, podría pensarse que mientras en en un pasado cercano su celebración era imperativa para llevar adelante acciones y decisiones tan privadas como tener relaciones sexuales, o tener hijos, actualmente su abandono probó ser más “eficiente” para una sustantiva cantidad de individuos que llevan adelante una pareja, tienen sexo, forman una familia y viven en el mismo estado de comunidad con otro sin celebrar el matrimonio. Las consecuencias sociales de hacerlo son diametralmente opuestas a las que podría haber experimentado dos individuos que así lo decidieran en, por ejemplo, 1950. 

Douglas North (premio Nobel de Economía, 1993),  fue el primer economista que postuló las bases de lo que hoy se conoce como Nueva Economía Institucional (NEI). Básicamente, la NEI plantea la metodología de analizar el mayor o menor desarrollo de una nación en consideración a sus instituciones, las que de ser tenidas en cuenta proporcionarían un marco de estabilidad satisfactorio, disminuyendo la incertidumbre y abaratando costos de transacción. Su obra más importante en este sentido es “Institutions, institutional change and economic performance.

De ahí que, para lograr un desarrollo sostenido, resulta imprescindible evitar toda regulación que no mantenga una estricta observancia de las conductas y acuerdos voluntarios que den lugar a comportamientos culturales (en el sentido de conductas repetidas de manera voluntaria por una determinada sociedad). 

Estas intuiciones institucionalistas han probado ser reales. Desde hace cinco años se publica, con gran éxito, el Indice de Calidad Institucional, cuya elaboración encabeza Martín Krause. Este índice ha demostrado  que la mayor o menor institucionalidad  de un país impacta de manera directa (siendo aún la causa) en el mayor o menor desarrollo económico y social de una nación.

Pero para que el desarrollo suceda los gobiernos deben tener una concepción filosófica del individuo diametralmente opuesta a la sostenida por los colectivismos y populismos que actualmente tanto auge vienen teniendo. 

Mientras los colectivismos y populismos apelan a caudillos a los que endilgan prácticamente connotaciones místicas, de “bondad” y “sabiduría” absolutas, los gobiernos respetuosos de la libertad individual tienen al individuo como el máximo ente, centro de imputación de todos los derechos y todas las obligaciones. 

En ese orden de cosas, respetar la institucionalidad es poner al individuo que libre y voluntariamente decide conducirse de una manera dada en sus relaciones con otros individuos en el centro de la escena. En tanto ese intercambio contiene información que el notable economista austríaco Friedrich von Hayek identificó como “conocimiento de circunstancias de tiempo y lugar”, propias de cada uno de los individuos intervinientes, es imposible para cualquier mente humana, por más cualidades místicas que quisiera endilgárseles, contar la absoluta totalidad de datos, en tanto esta información a la que se referencia Hayek es de tipo no formal, no académica y dispersa entre todos y cada uno de los individuos que conforman una sociedad. De ahí el fracaso asegurado de Guillermo Moreno en su cruzada por la regulación absoluta y el acopio de información perfecta. 

En tanto los colectivismos descreen sustantivamente de la capacidad del individuo de velar por sus propios intereses, por un lado, y en la consecuente necesidad de contar con un “padre, tutor o encargado” protector que sepa mejor que él mismo (el individuo) lo que es más beneficioso para él, el liberalismo lo considera en su máxima extensión y magnitud, haciendo del individuo el verdadero amo de su propio destino, teniendo en miras en todo momento los límites de la propia libertad que estaría claramente dado por el imperativo de no dañar a otros en el ejercicio de esas libertades.  

Obviamente que esta estructura de poder, en la que el individuo es el centro de imputación de derechos y obligaciones, atentaría contra el esquema actual en el cual el poder se halla concentrado en un determinado grupo que se ampara bajo el paraguas de la entelequia estado. Mientras que reconocer a los individuos como los verdaderos poderosos dispersaría el poder entre cada uno de ellos, el esquema actual permite al grupo de funcionarios que copen el sistema estatal en un momento dado concentrar el poder, endilgarle a la entelequia los derechos y facultades y licuar en ella (por su mismo carácter de entelequia y colectivo) las obligaciones consecuentes. 

Y por el mismo juego de incentivos que la escuela del public choice explica magistralmente, esos individuos perseguirán en todo momento su propio interés por sobre el del colectivo, resultándoles el puesto público entonces una ecuación imbatible al momento de garantizar derechos y evadir responsabilidades. 

Por supuesto que para lograrlo el discurso que mantengan debe ser impecable al momento de disfrazar esas verdaderas intenciones, y tanto los dichos como las regulaciones deben presentar una pátina de “inclusión”, y de “benevolencia” que distraiga a los votantes de las verdaderas consecuencias: exclusión, sometimiento y cercenamiento de las libertades. De ahí el éxito rotundo del slogan “pan y circo, para todos y todas”.

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